Promovido por la Fundación Elkano 500 en colaboración con la UPV/EHU, hoy y mañana se celebra en el Palacio de Miramar de Donostia el curso de verano “Elkano y la primera vuelta al mundo: 500 años después”. Durante la jornada de hoy, el catedrático de la Universidad de Sevilla Pablo E. Pérez-Mallaína ha revisado la vida en los barcos a principios del siglo XVI, mientras que Daniel Zulaika, miembro del Consejo Asesor de la Fundación Elkano 500 ha repasado el papel de los vascos en la expedición Magallanes-Elkano, y Xabier Alberdi, director del Museo Marítimo Vasco, se ha referido a la construcción naval vasca y la nao Victoria, la nave que culminó la vuelta al mundo.
Bajo el título “La vida en las naos del principios del siglo XVI” el profesor Pérez Mallaína ha repasado aspectos como el origen social de los marineros, los oficios en las naos, las condiciones de vida, la consideración social de los hombres de mar, así como sus creencias, entre otros.
La necesidad, la codicia, la curiosidad y la tradición familiar explicaban las “vocaciones marineras” de la época, siendo la pobreza el “principal impulso” que llevaba a la gente a enrolarse en los barcos. En los años álgidos de la navegación transatlántica, fueron precisos hasta 8.000 hombres al año para cubrir las tripulaciones, una masa de “trabajadores asalariados libres” solo superada por los contingentes que precisaban los ejércitos. Las cifras oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla reconocían que el 20% de las tripulaciones estaba integrado por marineros extranjeros “legales”, “lo que significa que el número real estaría muy por encima”, según el catedrático. Procedentes de países aliados o bajo el dominio de los Austrias españoles, muchos de ellos estaban en situación ilegal y “se resignaban a recibir salarios inferiores y aceptar raciones de mala comida y peor bebida”, por lo que “eran muy bien recibidos por maestres y dueños de embarcaciones”.
Los oficios marítimos tenían mala consideración entre sus contemporáneos: se trataba de un trabajo duro, en el que se “sudaba, y el sudor produce alergia social”, ha comentado el profesor. “Se decía que en los barcos se aprendían las siete artes liberales: blasfemar, beber, engañar, difamar, robar, asesinar y fornicar”, ha recordado.
Además, entre los siglos XVI y XVIII las leyes se fueron endureciendo y “la indefensión de la gente de mar fue cada vez más manifiesta”. La razón, ha explicado el catedrático, es que “el conocimiento de la rutas y la mejora de los instrumentos técnicos” fue convirtiendo a los marinos en “simples proletarios”, de quien solo se apreciaba “su trabajo físico”.
A su vez, los hombres de mar eran “gente levantisca, incumplidora de las leyes de Dios y del rey”. Mallaína ha hecho referencia a que algunos autores ven en esta actitud un precedente del levantamiento del proletariado industrial contra la opresión de los patronos y ha afirmado que, en cualquier caso ”en las rutas españolas los marineros representaban un tipo de trabajador que hacía valer su condición de asalariado libre, en un mundo donde predominaban todavía los sistemas laborales de carácter señorial o feudal”.
De paje a piloto
El profesor de la Universidad de Sevilla ha explicado que las naos del siglo XVI eran, entre otras cosas, “un espacio en el que unos trabajadores ejercían un oficio”, considerándose por algunos especialistas que constituían un claro “precedente” de las factorías de la era industrial. Confinados en un lugar cerrado, manejaban las máquinas más complejas de su tiempo y su actividad estaba programada y supervisada, siempre sometidos a una “fuerte inseguridad laboral” y a un “alto riesgo personal”: y es que los marineros solo cobraban mientras el barco hacía la ruta de ida y vuelta, por lo que al terminar la descarga se quedaban sin paga, y además los accidentes laborales estaban a la orden del día.
La experiencia era la única vía que tenían los hombres de mar para ir subiendo en la escala profesional. Así, empezaban de niños como pajes de la nao, con entre 8 y 15 años; a los 17 años pasaban a ser grumetes, cobrando tres cuartas partes del salario; y marineros a los 25, ya con salario completo y derecho a las quintaladas (el derecho a una pequeña parte de la carga como beneficio). La carrera de un marinero no iba mucho más allá de los 40 años, salvo contadas excepciones, por ejemplo si conseguía acceder al cargo de piloto.
Calafates, carpinteros, cirujanos o toneleros se situaban por encima de los marineros, con derecho a soldada y media o dos soldadas. Junto con el piloto de la nao, el capitán y el maestre conformaban la dirección de las naos.
Los barcos que se olían antes de verse
Hacinados en un espacio de apenas 1,5 metros cuadrados por persona, tripulación, soldados y pasajeros compartían unas condiciones “espantosas”, dado que al poco espacio disponible se unía el calor de las travesías tropicales y la suciedad, por lo que se decía que "los barcos de Su Majestad antes se olían que se veían”.
En los momentos tranquilos de los viajes se dedicaban a actividades como el juego –dados y naipes –, beber, charlar y la lectura como actividad colectiva – “uno leía, el resto escuchaba”, siendo ‘Orlando el furioso’ y sus historias de caballerías el título de mayor éxito.
En cuanto a las costumbres religiosas, Mallaína ha señalado que “eran creyentes, pero poco practicantes” y “ponían una vela a Dios y otra al demonio”.
El nuevo plus ultra
Al término de su intervención el catedrático ha afirmado que “nos encontramos ante una nueva frontera, las estrellas son el nuevo plus ultra”. Se ha preguntado “qué haremos al llegar” a nuevos territorios, si “los conservaremos o los destruiremos hasta los cimientos, como hemos hecho otras veces”. Por todo ello ha recomendado que “más que admirar, debemos aprender”.