Si algo caracterizó a las primeras expediciones oceánicas es el difícil equilibrio entre la aventura y el espíritu de conocimiento, enfrentado al miedo a lo desconocido y la incertidumbre de empresas inciertas. Por debajo de los relatos de hazañas y padecimientos, se esconde el universo interior de cada marinero enfrentado a una empresa que desafía sus creencias y límites conocidos.
Intentar comprender cuáles fueron las motivaciones de los marinos que se embarcaron en la Armada de la Especiería es un ejercicio complicado dada la subjetividad de este tipo de sentimientos. Una primera aproximación tiende a resolverse desde el espíritu de aventura o el afán de ganancias. Sin embargo, hemos de analizar las razones de estos hombres para aventurarse en lo desconocido, teniendo en cuenta no sólo los tópicos, sino el ambiente socio-económico, religioso y cultural de procedencia de los vascos presentes en la expedición. Si bien es cierto que no existen testimonios directos, es posible encontrar indicios en diarios de navegación como el de Colón o Pigafetta, epístolas, relatos y crónicas de naufragios e incluso novelas y obras de poesía, que recogen con mayor o menor acierto las dificultades físicas y emocionales a las que se enfrentaban los marinos de la época.
...podríamos escuchar desde una mesa cercana los argumentos de un joven contramaestre de 28 años, Juan de Acurio, sentado frente a sus vecinos en una taberna de Bermeo (...) y su intención era convencerles de que le acompañaran.
El impulso final para embarcar o quedarse en tierra bien podría ser definido por el equilibrio de una balanza imaginaria. En primer lugar, entre lo que podríamos calificar como los "pros" estarían el aludido espíritu de aventura, la posibilidad de unas ganancias astronómicas para la época, el prestigio social y la promoción profesional. Entre los "contras", hemos de pensar en la influencia de la religión y las supersticiones -especialmente abundantes en la cultura marinera- como argamasa del miedo a lo desconocido, sumado al conocimiento de los peligros reales que entrañaba una navegación de ese calibre. Hemos de recordar que hacía tan sólo 27 años que Colón había cruzado el océano Atlántico, hasta entonces barrera infranqueable. Y desmontar las viejas leyendas y los mitos es más difícil que erigirlos.
Planisferio de Cantino (1502) Ejemplo de los conocimientos geográficos anteriores a la expedición de Magallanes-Elcano. Junto a los grandes espacios sin explorar aún se consignan los viejos mitos medievales como el Reino de Preste Juan o las Montañas de la Luna.
Si realizamos un ejercicio de imaginación, podríamos escuchar desde una mesa cercana los argumentos de un joven contramaestre de 28 años, Juan de Acurio, sentado frente a sus vecinos en una taberna de Bermeo. La noticia de la creación de la Armada y la oportunidad que esto suponía correría de boca en boca como un reguero de pólvora, y su intención era convencerles de que le acompañaran.
A comienzos del siglo XVI existían dos poderosas razones que situar en un lado de la balanza: el prestigio y el dinero. En ocasiones ambas se conjugaban, pero no siempre.
El prestigio, entendido como la escala en la posición social, era uno de los grandes acicates de la época. Una vida sin nombre equivalía a la pobreza, máxime si se provenía del mundo agrario, de la pesca o navegación costera o simplemente si se era el segundón de la familia. No había mejor oportunidad para escalar socialmente que los hechos de armas. Sin embargo, en esas fechas la conquista de Granada ya se había culminado, y el único reino independiente de la península, Navarra, estaba ya ocupado por las tropas de Castilla. A ello hemos de sumar que la monarquía castellana y las villas habían terminado con los desmanes de las luchas banderizas. En definitiva, la nueva forma de ganar fama o notoriedad se situaba al otro lado del mar, la nueva frontera, una suerte de fiebre del oro donde se podía adquirir ese renombre y regresar con las arcas llenas.
Este prestigio no tenía por qué ser necesariamente un ascenso social, también podía ser profesional. La Armada de la Especiería estaba compuesta de los mejores barcos, herramientas, pertrechos y armas que se pudieran encontrar en la época. Cualquier carpintero, calafate, marinero, grumete, etc. vería en esta empresa la oportunidad de consolidarse como profesional o ascender en su carrera de marino con una reputación y conocimientos difícilmente adquirible en poco tiempo en la navegación de cabotaje o el mundo de la pesca.
Nao Victoria cruzando el estrecho de Magallanes (2015). Guillermo Muñoz Vera
En el caso particular de la expedición de Magallanes-Elcano, conocemos muy bien los sueldos y ganancias totales que podían acumular los expedicionarios en el supuesto de regresar con vida. A lo que hay que sumar el aliciente de recibir cuatro meses de paga por adelantado, lo que ayudaría sin duda a dejar a la familia en tierra en una situación de cierta protección.
Si analizamos a modo de ejemplo el caso de Elcano, Acurio y Arratia, comenzando por el primero, el de Getaria termina la vuelta al mundo con unas ganancias entre sueldos y quintalada que ascienden a 613.251 maravedíes, a lo que habría que sumar el reconocimiento y prestigio social que su hazaña le reportó.
Juan de Acurio termina el viaje con unas ganancias de 231.223 maravedíes y la promoción en 1538 al puesto de piloto mayor y tenente de una fortaleza en el mar del Sur.
Por último, el grumete de Bilbao, Juan de Arratia, a su regreso acumula un montante de 64.521 maravedíes, con escasos 18 años. Además conoció personalmente tanto a Fernando el Católico como a Carlos I.
A comienzos del siglo XVI existían dos poderosas razones que situar en un lado de la balanza: el prestigio y el dinero (...) Pero (...) el miedo lo impregna todo. Bien sea por la influencia de la religión, las supersticiones o los cuentos de viejos marineros en las tabernas de puertos como Bermeo. Y ese, precisamente, es el otro lado de la balanza.
Si realizamos una extrapolación aproximada de 1 € por 1 maravedí , podemos apreciar que las cantidades son enormes para la época. En el caso de Elcano con 36 años podría haber vivido como un hombre rico y prestigioso el resto de su vida, sin embargo se embarca de nuevo tres años después en la expedición de García Jofre de Loaísa, aún siendo consciente de los peligros y padecimientos que había sufrido en la vuelta al mundo en el Pacífico y el Indico. El afán de mayores empresas y al parecer el escorbuto acabaron con su vida.
Juan de Arratia, con tan sólo 21 años, se embarca también con Loaísa en esta nueva aventura. La carabela San Lesmes con el joven bilbaíno a bordo, desaparece en algún punto del Pacífico tragada por las nieblas de la historia.
No sabemos si Juan de Acurio ocupó el cargo de Piloto Mayor de la expedición de Pedro de Alvarado al mar del Sur, pero podemos asumir que esas eran sus intenciones.
No faltan en la historia personajes que responden a este tipo de actitudes en otros ámbitos que no sean los marítimos. Un ejemplo entre muchos es el del extremeño Pedro de Valdivia. Habiendo participado en la conquista de Perú junto a Pizarro y contando con una encomienda y réditos suficientes para vivir con holgura, lidera la Conquista de Chile, más por la gloria y la posición que por las ganancias de la empresa.
En definitiva, el oro no siempre es suficiente, si la posibilidad de dejar tu impronta en la historia se lleva en el alma. Pero en la sociedad del siglo XVI el miedo lo impregna todo. Bien sea por la influencia de la religión, las supersticiones o los cuentos de viejos marineros en las tabernas de puertos como Bermeo. Y ese, precisamente, es el otro lado de la balanza.